La mirada y los balbuceos de los bebés son parte del material con que un equipo del Centro Nacional de Inteligencia Artificial, Cenia, está trabajando para confeccionar la primera curva de desarrollo cognitivo temprano del mundo. Comparable a la que se aplica para medir aspectos como estatura y peso de los menores. La investigación la dirige Marcela Peña, directora alterna y científica de Cenia, médico pediatra, doctora en Ciencias Cognitivas y Psicolingüística por la Escuela de Altos Estudios Sociales de París. Ella está proporcionando datos y materiales que ha recopilado durante su carrera, a los ingenieros y matemáticos de Cenia para que mediante recursos de Inteligencia Artificial puedan obtener los indicadores que se esperan. Básicamente, ellos están aplicando técnicas de “machine learning” (aprendizaje automático).
Esto consiste en clasificar los materiales con que se cuenta en categorías que permitan construir curvas de desarrollo. Estas deberán permitir identificar los datos esperados y compararlos con los datos observados en lactantes y preescolares que se encuentran en una etapa de desarrollo cognitivo acelerado. Este último alude al crecimiento de la capacidad de un niño de pensar y razonar. Se presenta de distintas maneras desde el nacimiento a la adolescencia, aunque se reconoce su carácter exponencial en los primeros 3 años. El objetivo es llegar a conclusiones que permitan construir indicadores de desarrollo con alto nivel de predictibilidad como los que existen en relación a factores como peso y estatura.
En colaboración con Francia, Canadá y España
La idea es que las curvas de desarrollo cognitivo temprano ayuden a detectar oportunamente dificultades y generen intervenciones para superarlas. La doctora Peña explica el alcance del modelo que están configurando: “Cuando usted lleva a su hijo pequeño al médico, le dicen, si tiene 4 meses debe pesar entre una cierta cantidad y otra, a los 6 debe pesar entre otras cantidades porque la niña y el niño crecen. Si su hijo/a no está en esos rangos, ya sea por debajo o por encima, hay que efectuar investigaciones y/o intervenciones para solucionar los eventuales problemas que se deriven de estar fuera de los rangos de peso esperados”.
Enfatiza que una curva de estas características no existe actualmente en el mundo en relación al desarrollo cognitivo temprano: “en lenguaje, sabemos más o menos que deben hablar las niñas y los niños a cierta edad, pero no sabemos cómo tienen que hablar o balbucear. No tenemos escalas precisas para casi nada en relación al desarrollo cognitivo”.
Al respecto, detalla: “Por ejemplo, si todos los niños balbucean de una manera similar, en términos de tipo de vocalización, melodía, duración, intensidad, etc. Si podemos construir una curva con estos datos podremos detectar si algún o alguna lactante balbucea de manera atípica, alertándonos sobre la necesidad de investigar e intervenir de manera precoz y oportuna”. Cuenta que alguna observación de estas características se ha realizado en relación al llanto de los niños al nacer y se sabe que si lo hacen de una manera distinta al estándar puede significar un trastorno que se debe atender.
En relación al material del que disponen, la doctora Peña menciona “registros de voz de niños que han participado en nuestros estudios de vocalizaciones, tenemos muchos registros también de niños haciendo tareas lingüísticas, y registros visuales en que se detecta la mirada. Por ejemplo, si un niño prefiere mirar las caras que tienen una expresión emocional evidente, versus las que no la tienen”.
Recientemente, han trabajado con niños de alrededor de tres años, identificando algunas características de su comportamiento: “Cuando llegan a la primera sesión no hablan, porque no conocen al evaluador. Quizás porque se dicen a sí mismos ‘¿Sabes qué? Yo no quiero hablar’. Después de la segunda sesión se dicen ‘Esta persona no es tan extraña, le voy a decir algo’. Ya como de la cuarta sesión en adelante se largan y hablan, construyen frases nuevas y complejas y juegan con el lenguaje”.
Del conjunto de datos obtenidos eligen ciertos aspectos hacia los que van a dirigir la búsqueda a través de Inteligencia Artificial: “Por ejemplo, uno podría determinar, si lo que importa en la voz es la entonación, o la cantidad de pausas, o el contenido, o la repetición de palabras”. Desde este punto de vista, la investigación que están llevando a cabo también es pionera, pues implica una modelación de lenguaje a través del habla, en circunstancias que prácticamente la totalidad de las que se han hecho mediante la Inteligencia artificial hasta ahora han sido sobre la base de textos. Hacia el futuro, la doctora Peña se plantea un desafío mayor, llegar a modelar el lenguaje interno que incesantemente los seres humanos desarrollamos en el pensamiento. Cree que el único método que podría llegar a obtener resultados en ese ámbito es la Inteligencia Artificial.
Otras investigadoras que participan en este proyecto son, desde Francia, la profesora Ghislaine Dehaene-Lambertz, y desde Cánada, la profesora Janet Werker y la Dra. Dawoon Choi. Con ellas colabora en el estudio del rol fundacional de la distinción de fonemas en el aprendizaje del lenguaje. Por ejemplo, al nacer niñas y niños deberían distinguir todos los sonidos del habla (fonemas), tales como la “b” y “v”, aunque al crecer, los adultos dejemos de sentir esa diferencia. Esto ocurriría porque: “Nacemos con un programa genético que no solo sabe cómo suenan los fonemas del mundo, sino también cómo se pronuncian, o sea que el recién nacido, aunque no sabe hablar, sí sabe cómo se debe posicionar el aparato fono articulatorio para producir los fonemas. Y cuando la sensibilidad de este sistema falla, se pueden generar dificultades”. También se ha unido a estos estudios el profesor Luca Bonatti, de la Universidad Pompeu Fabra, Barcelona, quien está investigando cómo la mirada de los pequeños nos dice algo sobre las etapas iniciales del razonamiento.
Con monos, no
La investigadora reconoce que sus intereses vocacionales se remontan a su infancia y siempre con fuerte influencia de sus emociones. Literalmente todo empezó jugando, con una madre, valga la redundancia, muy juguetona. “Jugábamos a que yo era la doctora, y mis hermanos, uno ingeniero y el otro abogado. Luego estudiamos y aunque ella nunca nos pidió nada ahora yo soy médico, uno de mis hermanos es ingeniero y el otro abogado. Así que de alguna manera pensamos que seguimos jugando”.
Cuando salió del colegio no tenía una opción de estudios universitarios definida. Eran los tiempos de la Prueba de Aptitud Académica y había 17 carreras por las que podía definirse. Ella las marcó todas. Eligió medicina, quedó, pero cree que le habría gustado “hacer cualquier cosa en que se me diera oportunidad. Mis padres no eran ricos, eran trabajadores, súper entusiastas, amorosos, respetuosos y muy cultos. Siempre nos cuidaron y pudimos hacer lo que quisimos”.
Llegó a medicina, que le encantó, le gustó todo lo que involucraba. Fue médico general de Zona a Chiloé, porque uno de sus abuelos era de allí: “Me doy cuenta que he hecho muchas cosas por razones emocionales”. Disfrutó intensamente la experiencia: “Era muy lindo Chiloé, fui médico rural, anduve en bote, a caballo. Una vez nos perdimos en un bosque. Lo pasé muy bien, pero tomé consciencia de que estaba lejos de mi familia inmediata. Me vine de general de zona a La Ligua y Los Vilos y luego a Santiago donde me formé en pediatría”.
Durante una estadía en el Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos, Inta, de la Universidad de Chile, descubrió que le gustaba la investigación. “Allí estaban, recuerda, los doctores Ricardo Uauy, Patricio Peirano, Eva Hertrampf y tantos otros que irradiaban ciencia”. Realizó un magíster y comprendió que le interesaba interiorizarse en saber qué pasaba con los niños prematuros: “En esos días sobrevivían pero muchos quedaban con daño cognitivo, con algún grado de deficiencia”.
Con esa inquietud empezó a averiguar dónde podría encontrar mayores antecedentes sobre el tema. Obtuvo la beca Presidente de la República y comenzó a buscar donde ir. En esta búsqueda pasó por Yale y el MIT. Pero en todas partes le decían que para cumplir su propósito debía trabajar con monos. “No se hacía mayor investigación con niños prematuros, comenta, y trabajar con monos no me fue posible. Era como ver niñitos. Cuando uno llegaba se aferraban a la reja y te miraban a los ojos. A mí me daban ganas de abrirles la puerta para que escaparan, así que no resultó”.
20 millones de palabras menos
Tras esta experiencia tomó contacto con una de las mayores autoridades mundiales en el estudio del desarrollo cognitivo temprano, el profesor Jacques Mehler, quien la aceptó para que siguiera estudios en Francia: “Me contó maravillas de los niños que sabían pensar, aunque no supieran hablar. Me pasó un libro que se llama ‘Nacer sabiendo’. Lo leí y quedé fascinada. Me di cuenta de que por primera vez me gustaba algo con desesperación”.
Se doctoró en la Escuela de Altos Estudios Sociales de París, realizó un postdoctorado en Italia y volvió a Chile. Formó un equipo muy comprometido con la infancia integrado, entre otros, por la Dra. Enrica Pittaluga, la fonoaudióloga Orieta Palacios, la psicopedagoga Consuelo de la Riva, un extenso grupo de educadoras de párvulos, psicólogas/os y una decena de estudiantes.
Ha trabajado con niñas y niños que se atienden en el Hospital Dr. Sótero del Río y que presentan distintos grados de vulnerabilidad. Allí Inició una trayectoria que se enlaza con el propósito de su actual incursión en el terreno de la Inteligencia Artificial.
Le impresionó que algunos de los menores con que trabajaba manejaban hasta 20 millones de palabras menos que los de sectores más acomodados: “Me dije cómo es posible esto. Cómo alguien de su entorno no les habla para que aumenten su vocabulario. Se decía que podían adquirirlo a través de la televisión. Pero se ha comprobado que este medio no cumple esa función, fundamentalmente porque la TV no es interactiva. No es comparable al efecto de que una persona le hable al niño.”
Su reflexión la llevó hasta dónde está ahora: “Tenemos que hacer algo para ayudar a desarrollar el lenguaje, para que niñas y niños aumenten su vocabulario y sus habilidades de comunicación. Tenemos que lograr que las personas no tengan limitaciones de vocabulario. Porque las capacidades para desarrollar un vocabulario amplio sí las tienen. Con ese objetivo, debemos empezar temprano. Los niños no hablan mucho hasta como los dos años y de repente descubren esta herramienta, la usan para todo y juegan con ella. Tenemos que explorar cómo podemos aprovechar esa gran capacidad de hablar y comprender para formatear su pensamiento, para que puedan explicar con palabras sus emociones, sus ideas, sus creencias, sus juicios, sus decisiones, y puedan realizarse a través del lenguaje”.
Por Gonzalo Rojas Donoso. Llambías Comunicaciones.